En algunos momentos de nuestra vida tenemos la sensación de no encontrar el camino para solucionar algunos de los problemas que en ese momento se nos presentan. Otras veces, hemos venido arrastrando durante años una forma de comportarnos que tampoco ha servido para hacer frente de forma efectiva lo que nos estaba causando malestar en ese momento y nos surge la duda de acudir o no a un psicólogo.
Los problemas son algo natural y esperable en nuestra vida. Son obstáculos que se interponen entre nosotros y la meta a la que nos dirigimos y siempre tienen solución. Lo que ocurre es que a veces no sabemos o no tenemos la habilidad de encontrar diferentes formas de actuación y tratamos de resolverlos de manera ineficaz.
Cuando nos bloqueamos, cuando no resolvemos estas situaciones eficazmente pueden aparecer una serie de pensamientos negativos hacia nosotros, hacia los demás y hacia el mundo que pueden tener consecuencias muy negativas (“no sirvo para nada”, “me quedaré sólo/a”, “soy un/a inútil”, “el mundo es injusto”, “los demás son felices y yo no”, “la vida es horrible”…)
Al igual que los pensamientos, existen una serie de consecuencias físicas y corporales potencialmente dañinas si nos las controlamos: no poder dormir, dolores gastrointestinales, pérdida de apetito, sensación de inquietud interna, ansiedad, dificultad para respirar… También, el llanto continuado, movimientos repetitivos corporales, hiperactividad motora a la hora de hacer determinadas acciones, no ser capaces de dejar de pensar en algo, falta de energía, inactividad… nos indican que algo puede que no vaya bien.
Y por supuesto, nuestras emociones. Cuando sentimos emociones negativas muy intensas como la desesperación, el miedo ante diferentes situaciones o cosas concretas, la ira, la frustración, la culpa… Son datos clave para cuestionarnos si nos estamos haciendo cargo de forma adecuada de lo que en ese momento nos está tocando vivir.
Si sentimos que estamos paralizados, que no encontramos soluciones, que hemos perdido la esperanza, que necesitamos que alguien nos ayude, es el momento de contemplar la posibilidad de acudir a un psicólogo.
Cuando nuestro estado de ánimo es bajo, sentimos ansiedad, tenemos pensamientos negativos y reiterados, difíciles a veces de frenar, cuando un suceso del pasado lo rememoramos de forma negativa y no sabemos cómo manejarlo, cuando nos cuesta tomar decisiones, cuando tenemos demasiado miedo a ciertas situaciones, animales, cosas… cuando sentimos que no nos valoramos a nosotros mismos, que tenemos una baja autoestima. Cuando sentimos ira intensa y somos incapaces de gestionarla, cuando nos hacemos daño a nosotros mismos e incluso a los demás, cuando tenemos comportamientos impulsivos, cuando el comportamiento de los otros no sabemos manejarlo… Ante problemas familiares, de pareja, laborales… E incluso cuando detectamos problemas en los demás y queremos ayudarles a solucionarlos, por ejemplo nuestros hijos. Ante problemas escolares, de aprendizaje, miedos, estado de ánimo bajo, comportamientos inadecuados, rabia, cuando son negativistas, desafiantes, cuando no quieren comer, cuando no se valoran…
Frente a estas y otras situaciones es positivo acudir a un psicólogo y solicitar información acerca del tratamiento adecuado para solucionar dichos problemas.
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