Cosas que están sobrevaloradas (y cómo nos afectan más de lo que creemos)

Cosas que están sobrevaloradas (y cómo nos afectan más de lo que creemos)

Una mirada psicológica sobre los ideales que “inflamos” sin darnos cuenta

Vivimos en una sociedad que nos enseña desde pequeños qué debemos buscar, a qué debemos aspirar y cómo debemos ser para “tener una buena vida”. Sin embargo, muchas de esas metas socialmente validadas están profundamente sobrevaloradas. Son ideas que repetimos casi de forma automática, sin cuestionarlas, como si fueran verdades universales. Y lo cierto es que, en la práctica clínica diaria, veo cómo estas creencias generan malestar, frustración y autoexigencia innecesaria.

No es que estén mal en sí mismas, sino que las hemos inflado tanto que ya no se sostienen. Y lo más peligroso: las confundimos con bienestar real.

Este artículo es una invitación a cuestionar. A revisar qué cosas perseguimos porque realmente las deseamos, y cuáles porque sentimos que “deberíamos”. Aquí van algunas de las más comunes.

 

  1. La felicidad constante

La felicidad se ha convertido en el nuevo mandamiento. Todo lo que no se parezca a estar feliz, entusiasta y agradecido parece sospechoso. Vivimos en una cultura donde se considera que si no estás bien, es porque estás haciendo algo mal.

Pero la felicidad no es un estado permanente. Es intermitente, pasajera, y muchas veces aparece como resultado de aceptar otras emociones menos agradables. Tratar de sostener una “felicidad obligatoria” no sólo es agotador, sino que genera culpa: ¿qué me pasa que no estoy feliz como los demás?
Aceptar que hay días grises, momentos de dudas, enfados o tristeza, es parte del equilibrio emocional.

 

  1. El éxito profesional como medida de valor

Estamos inmersos en una cultura que equipara “valer” con “producir”. Tener un buen trabajo, crecer profesionalmente, destacar… Todo eso se presenta como sinónimo de autoestima y realización personal. Pero, ¿qué ocurre cuando no encajamos en ese molde? ¿Cuando elegimos una vida más tranquila, menos visible, pero más coherente?

No todo el mundo quiere ser emprendedor, CEO o influencer. Y eso no debería implicar menos valor.
Reducir a las personas a su productividad es una visión parcial, e incluso inhumana. El valor de una persona no se mide por su rendimiento, sino por su capacidad de vivir de forma consciente, conectada consigo misma y con los demás.

 

  1. La autoexigencia y el “si quieres, puedes”

Este es uno de los mantras más peligrosos del positivismo actual. Se presenta como motivador, pero en realidad es profundamente culpabilizante.
No todo depende de uno mismo. Hay factores estructurales, emocionales, de salud mental, económicos y sociales que afectan lo que podemos o no podemos lograr.

Cuando no conseguimos lo que nos proponemos, este tipo de frases nos hacen sentir culpables: “no lo logré, entonces no lo deseaba lo suficiente”.
Aceptar que hay cosas que no dependen exclusivamente de nuestra fuerza de voluntad es liberador, no resignado.

 

  1. El cuerpo “perfecto”

La imagen corporal es uno de los campos donde más se nota la presión cultural. El ideal de belleza cambia, pero siempre tiene algo en común: es inalcanzable para la mayoría.
Y sin embargo, seguimos persiguiéndolo como si de ello dependiera nuestra autoestima.

Vivimos en una cultura que confunde delgadez con salud, juventud con valor, y belleza con bienestar.
La gordofobia, la obsesión por la estética, las intervenciones constantes y el rechazo al cuerpo que envejece son reflejos de este fenómeno.
Tu cuerpo no está para gustar, está para vivirlo. Y eso implica habitarlo con dignidad, no con culpa.

 

  1. Tener pareja como meta vital

A pesar de los avances, sigue existiendo una fuerte presión social por estar en pareja. La soltería se vive muchas veces como un fracaso, una espera o algo “a corregir”.
Pero estar en pareja no garantiza bienestar, ni amor, ni compañía emocional real. Muchas personas se mantienen en relaciones por miedo a la soledad, por presión familiar, o por una idea idealizada del amor.

El amor es hermoso, sí, pero no es la única fuente de sentido ni de realización personal. La vida plena puede construirse también desde la amistad, la autonomía, los proyectos personales y el vínculo con uno mismo.

 

  1. El multitasking y la hiperproductividad

Hacer muchas cosas a la vez se ha convertido en un símbolo de éxito moderno. Parece que estar ocupado es un signo de importancia. Pero el coste emocional de esta forma de vida es enorme.

El cerebro humano no está diseñado para hacer varias tareas complejas al mismo tiempo. El famoso multitasking genera más errores, más agotamiento y menos disfrute.
La productividad constante no es sostenible, y muchas veces lleva a cuadros de ansiedad, insomnio o burnout.

No estamos hechos para rendir sin parar. También somos valiosos cuando descansamos.

 

  1. La vida perfecta en redes sociales

Las redes sociales nos muestran una versión editada de la realidad. Fotos retocadas, frases motivadoras, logros constantes… Todo eso genera la ilusión de que los demás viven una vida más feliz, más plena y más exitosa.

Y nos comparamos, claro. Olvidamos que lo que vemos es sólo una parte, y que cada persona también tiene sus luchas, sus inseguridades, su caos.
Compararnos con la vida que los demás eligen mostrar es injusto y doloroso. Las redes no son el problema, pero sí lo es usarlas como termómetro de nuestro valor.

 

  1. El positivismo tóxico

Frases como “todo pasa por algo” o “hay que mirar el lado bueno” pueden ser bienintencionadas, pero muchas veces invalidan el dolor.
No todo tiene un sentido. A veces las cosas duelen, y punto. Y no hay nada de malo en atravesar el malestar sin tener que justificarlo o adornarlo.

Permitirse sentir, llorar, enojarse o estar confundido también es salud emocional. No todo tiene que transformarse en una lección de vida.

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