Estamos hiperconectados como nunca antes en la historia. Y sin embargo, muchas personas se sienten más desconectadas que nunca. De sí mismas, de los demás, de lo que les rodea. Vivimos pegados a una pantalla que, paradójicamente, nos aleja del presente.
El uso de la tecnología no es en sí mismo el problema. Las redes sociales, los smartphones, las aplicaciones nos ofrecen herramientas valiosas para comunicarnos, informarnos y entretenernos. Pero cuando el uso se vuelve excesivo, automático, compulsivo, cuando empezamos a vivir más a través de lo digital que de lo real, entonces conviene pararse a mirar.
La adicción digital no siempre se percibe como tal. No hay síntomas físicos evidentes como en otras adicciones, pero sus efectos son igual de profundos: dificultades para concentrarse, insatisfacción constante, comparación social, sensación de vacío, ansiedad, deterioro de las relaciones personales. Revisar el teléfono nada más despertarnos, interrumpir una conversación para mirar una notificación, pasar horas haciendo scroll sin sentido… Todo esto son señales de una desconexión interna que está pidiendo atención.
Como psicóloga, observo cómo esta sobreexposición digital impacta directamente en la salud mental. El constante bombardeo de información y estímulos altera la capacidad de estar presentes, aumenta la autoexigencia y alimenta una sensación de insuficiencia crónica. En muchas personas, la dependencia del móvil está ligada a vacíos emocionales, a la necesidad de validación externa, a la evasión del malestar.
Trabajar la adicción digital en terapia implica ir más allá de desinstalar aplicaciones. Es preguntarse qué hay detrás del uso compulsivo: ¿soledad?, ¿aburrimiento?, ¿ansiedad?, ¿dificultad para estar en silencio? Se trata de reaprender a estar con uno mismo, a tolerar el vacío sin necesidad de llenarlo de imágenes, likes o ruido.
No se trata de demonizar la tecnología, sino de recuperar el poder de elección. De preguntarnos, cada vez que encendemos una pantalla: ¿esto me conecta o me anestesia?, ¿esto me aporta o me resta? La conciencia es el primer paso hacia el cambio.
Y también se trata de volver a conectar con lo esencial: con el aquí y ahora, con el cuerpo, con las relaciones presenciales, con el silencio fértil. Porque el tiempo que dedicamos a estar con nosotros mismos es tiempo de calidad. Tiempo que cura.
Tip terapéutico: Elige un día a la semana para hacer un “ayuno digital”: desconecta tus redes, pon el móvil en modo avión durante unas horas y dedica ese tiempo a actividades sin pantallas (leer, caminar, cocinar, dibujar). Observa qué emociones aparecen. No se trata de castigarte, sino de reconectar. La incomodidad inicial es parte del proceso de volver a ti.